El esperador
…Alzó la vista para fijarse en la nube desplegada sobre el horizonte de la ciudad. En ese momento no podía intuirlo, era impensable, aunque aquello no era una enfermedad, si es que de alguna forma hemos de llamar a este acontecimiento, con una sintomatología clara, por supuesto, que había demasiada mitología en ello, muchos quizá esperaban vientos de vorágine, el aclamado fuego en lenguas engullendo la civilización, o civilizaciones sí es que se pretende ser más exacto, quizá algunos esperaban que el mismo Furcas se desagregara de algún óleo, para prestar su grave iconografía a una estampida de jinetes que intervinieran las vidas humanas de tres a tres, de dos en dos, para exiliarlos a fuerza divina en ese lugar del cual alma ninguna ha regresado, salvo por supuesto, en ocasiones muy restrictas y alejadas, como los dos casos ampliamente divulgados y aún sin confirmar en la Jerusalén del siglo primero. Mito o divinidad que además de inmortalizarse en la oratoria popular, estudios altos de teología o simple cultura general, da origen en parte a este tema que ahora nos toca cavilar. El final del mundo, no podría ser más que una leyenda, una histeria recurrente que suele avivarse en algunas fiestas y por supuesto en días como hoy 31 de diciembre de 2007, en realidad sólo podría ser una falacia. Desde hace 21 finales de siglos y dos finales de milenio, el fin esperado según algunos se presentaría en toda su magnitud este justo día de final de año a las 00:00, ese número abstruso que suele aparecer luego del 11:59. Sencillamente no es posible, quizá eso no era visible, en el año 999, pero desde hace no mucho pero tampoco no muy poco, los husos horarios nos dicen, que no ostentamos horas universales, es decir, en Madrid no es la misma hora que en Sri Lanka y a su vez es diferente la hora aquí en Nicaragua, por ello ese final universal esperado a una hora no era más que inverosímil. En ese caso se tendría que hablar de finales y no del fin del mundo, finales normalizados por la pulsera de reloj, que resultaría en una grave prueba de la injusticia divina, ya que los primeros en caer bajo la sombra de Tánatos, serían una irremediable alarma contra incendios para aquellos a quienes el fin tardara más tiempo en llegar, lo que daría tiempo a muchos para convertirse de un credo a otro, confesar sus pecados, y los más atrevidos podrían cometer sus últimas fechorías y pequeños pecados, para luego recaer en la gracia divina, de forma tal que la salvación en esas condiciones se transformaría en un asunto más de flujos informativos que de fe misma, habría que sintonizar CNN, Al …..o alguna cadena que tuviera la posibilidad de transmisión mundial, si es que para esa hora se podía hablar de mundo, para anotar las señales y poder buscar pistas que desenmascararan la naturaleza de dios ya fuera Musulmán, Cristiano, Judío, Taoísta, Vegetariano, Hematófago, Comunista, Anarquista, Presocial o Gregario. Un dios anticipado vale por dos, y por 16 valen los profesantes avisados de los verdaderos signos de la fe. Pero el final o los finales como todo, tendría que llegar. El anciano alzó la vista, para fijarse en la nube desplegada sobre el horizonte de la ciudad. En ese momento no podía intuirlo, era impensable, aunque aquello no era una enfermedad, si es que de alguna forma hemos de llamar a este acontecimiento, con una sintomatología clara. Ya había vivido tantos años a la espera, tantas veces lo había escuchado, el fin está cerca, arrepentíos. Puro impulso malsano, puro rótulo hollywoodense. Esta vez discrepaba, el cúmulo que aparecía desde el oeste avanzaba lento y oscuro, con precisión eclipsante, con una lentitud obstinada como suele ser la rapidez con la que se alejan los amantes. La banca estaba dura calentada por su propio cuerpo. Depositó sus palmas arrugadas sobre la textura inclemente, granulada, para luego levantarse y caminar con la parsimonia que siempre le caracterizó. Caminar era lo único que quedaba, que más podría hacerse en ese final de tiempos, caminar para esperar, pues bien se dice a mal tiempo paso rápido, y no hay peor tiempo que la espera. Se encontró la misma ciudad, los mismos colores que solían aparecer en ocasiones pluviales, la nube amenazante o sigilosa según convenga, avanzaba de cielo en cielo. La gente caía y él lo miraba todo, no obtuvo de las imágenes mortíferas reacción alguna, sólo simples anotaciones, niño de 7 años muerto sobre la cuneta, anciana de vestido negro asfixiada, procesión multitudinaria con virgen, sala evangélica atestada, cura en púlpito, político confesante, obrero restringido, todos muertos, todos con esa mirada de perdición y miedo, todos. Avanzaba esperando el ansiado fin, atravesó la ciudad desolada por gritos que se modulaban, por rumores pestilentes que se aquietaban a su paso. El anciano prosiguió su camino sordo, hacia el lago, allí, al final de la arena ennegrecida, yacía desconcertado el hombre, lo vio sin pretensiones, con mirada vacía, el hombre emitía un ruido que parecía un sollozo largo y amargo, quizá habría visto peores cosas que las que él vio en su camino, pero ¿qué no es peor o incurable para el hombre? No había más palabras que sobraran sobre la faz, ni prohibiciones que hablaran de no ver hacia atrás ciudad alguna, la ciudad como palabra, como sitio, como concepto había dejado de existir. La mente del hombre en la arena se iba disipando, el lenguaje, el pensamiento, el ego, la nada, caía en ese letargo límbico, apartándose incluso de sí mismo, tiempo justo para que perdiera la sensación de todo y el anciano susurrara con voz viva, FIAT LUX.
1 de enero de 2008, 00:03 hrs.
William Montano.
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