Carlos Martínez Rivas nos ofrece su primer libro: La insurección solitaria. ¿Una nueva versión del poeta rebelde? Sí y no. Rebelión y aislamiento pero también búsqueda y reconocimiento de sí mismo y del mundo.
A diferencia de otros rebeldes, Martínez Rivas no quiere ser dios, ángel o demonio; si pelea, es por alcanzar su cabal estatura de hombre entre los hombres. Su rebelión es contra lo inhumano. La rebelión solitaria es legítima defensa, pues ahí, enfrente actual y abstracta como la policía, la propaganda o el dinero, se alza
Octavio PazLa ola de la Tontería, la ola
tumultuosa de los tontos, la ola
atestada y vacía...
(tomado de Las peras del olmo, Editorial Seix Barral, S.A., 1983)......................................
Carlos Martínez Rivas es un hombre difícil, problemático, solitario, porque vive en su mundo totalmente. Uno debe saber cómo está uno en el mundo de Carlos para meterse allí sin dificultades con él. Uno tiene que acercarse a él con mucho cuidado.
Vive en un su mundo poético como ningún otro, muy intenso y muy valioso y muy importante, muy total, pero todo es conforme le vaya a su situación y a su mundo donde él se mueve.
Yo he estado muy bien con él siempre, porque lo he querido mucho y he creído mucho en él. Es en el que más creo de todos. Creo que de todos los poetas nicaragüenses de nuestras generaciones, de nuestra época, desde que aparecemos Cabrales y yo, al que más admiro es a Carlos, porque sus capacidades me parecen enormes y sus realizaciones también y su obra me parece muy significativa.
Aunque todo ese sucede en su mundo de él, que no es un mundo puramente poético, de una poesía hermética e inabordable; tiene también mucho de sus elementos vitales, de su vida, de su mundo, de sus experiencias y de su país, que es su mundo de él, pero lleno también de este mundo.
José Coronel Urtecho(de Conversando con José Coronel Urtecho, Manlio Tirado, Editorial Nueva Nicaragua, Managua, 1983)
"El mejor de nuestro grupo de tres es Carlos Martínez Rivas. América lo conocerá algún día".
Ernesto Cardenal.
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No nos equivoquemos sobre este punto.
Las niñas marimachas, chinvaronas, tom-boys
--como se diga--
que juegan sólo con muchachos, beisbol de lustradores
trepadoras de rodillas raspadas,
con cicatriz visible y permanente en la ceja izquierda
impresa contra el filo de la piedra
de la poza absoluta de la infancia;
son sensibles, intensas bajo sus overoles,
y despliegan más tarde mamalias adorables
y hacen hombre al hombre porque lo trataron
desde niñas y se lo saben desde dentro,
y ya adultas le amortiguan todo lo que
es demasiado duro, pulido e hiriente
como ebanistería enemiga.
Pero las otras, mujercitas, little-woman, damitas
--como se diga--
que juegan con muñecas y bordan y cocinan de mentira,
son más tarde mezquinas económas que esconden senos
ínfimos, metálicos y devienen
espeluznantes cónyuges, paridoras de futuros
misóginos, como aquel desdichado que menciona
el doctor Rober Burton en Anatomy of Melancholy,
que no salía nunca, y cuando en su alta alcoba
alzaba los visillos, asomándose al tumulto de Londres,
si divisaba apenas una sombrilla o un talle,
rompía a vomitar.
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Carlos Martinez Rivas.
Poeta nicaragüense, nacido en Puerto de Ocoz (Guatemala) el 12 de octubre de 1924 (donde sus padres, de familia acomodada, estaban de viaje). Desde muy temprana edad se reveló como gran poeta: a los dieciséis años ganó un concurso nacional con una poesía novedosa y original, que a muchos pareció muy semejante a la de Rubén Darío. A los dieciocho, estando aún estudiando bachillerato en el Colegio Centro-América (de los jesuitas) en Granada (Nicaragua), escribió su extenso poema El paraíso recobrado (publicado por los «Cuadernos del Taller San Lucas» en 1944) que ha sido considerado uno de los eventos importantes en la historia de la poesía nicaragüense y que ha influido mucho. Después de su bachillerato residió varios años en Madrid, donde prosiguió sus estudios (asistió en junio y julio de 1946, como invitado y «estudiante de Filosofía y Letras y Periodismo», al XIX Congreso Mundial de Pax Romana, celebrado en Salamanca y El Escorial). Dicen sus biógrafos que en España se aficionó al alcohol y a la noche. En 1947 publicó en la revista Alférez, en la que coincidió con los también nicaragüenses Julio Ycaza Tigerino y Pablo Antonio Cuadra, dos artículos: «Nuestra juventud» y «A propósito de un premio de poesía» (José Hierro, Alegría, Premio Adonáis de Poesía 1947). En 1953 publicó en Méjico su libro de poemas más importante: La insurrección solitaria (reeditada en 1973 y 1982), resistiéndose a partir de este momento prácticamente a seguir publicando. Trabajó para el servicio diplomático de su país, y vivió en París, Los Angeles, de nuevo en Madrid (hasta los primeros años setenta), San José de Costa Rica y desde el triunfo sandinista de nuevo en Managua. En 1985 ganó el premio «Rubén Darío». Tuvo a su cargo una «cátedra» en la Universidad Nacional Autónoma, recinto de Managua. Su poesía completa fue editada en 1997 en Madrid, con un prólogo de Luis Antonio de Villena, donde se presenta a Martínez Rivas cultísimo, noctámbulo y a menudo ebrio. Unos meses antes de morir, aislado y enfrentado con su familia, que nunca lo asistió en sus días de bohemia ni en las sucesivas enfermedades que lo aquejaron, nombró al Gobierno de la República de Nicaragua albacea de sus papeles literarios, y pidió ser enterrado en Granada (Nicaragua). Su fallecimiento en Managua, el 16 de junio de 1998, supuso una gran conmoción en todo Nicaragua, donde se le considera como uno de sus personajes más ilustres.
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